domingo, 9 de octubre de 2011

Cuando el mundo tira para abajo.


Todo proceso evolutivo se hace largo en mi. Nunca pude comprender el por qué del por qué. Nunca. Mucho menos, logré entender las agresiones gratuitas.
Ella supo clavar su puñal donde mi herida más sangre escupía. Siempre, siempre, supo lastimarme. Y yo ahí, mirando un poco asombrado y otro tanto dolido, en su vil sonrisa, el reflejo de mi angustia, la misma que cada día se despertaba con más fuerzas. ¿Cómo no me di cuenta a tiempo? ¿Cuántas veces hay que romperse la cabeza con la misma piedra? Nada puede durar por siempre, mucho menos lo que hiere, mucho menos, cuando uno es conciente.
Yo sabía que algún día iba a pagar por sus excesos de poder sobre mi. Mi cuerpo me estaba enseñando el camino que no debía seguir y mi conciencia, envenenada de amor, hizo lo que mejor le sale: Complacer.
Aceptar, entender y dar lugar a lo que no quiero, han sido mis mayores virtudes y defectos a lo largo de mi vida. Bajar la cabeza, buscar el error en mi. Simular sonrisas, usar mi mejor cara de felicidad para los momentos más dificiles y, por sobre todo, estar. Siempre. Sin condiciones.
Cada vez que le hice caso a un te quiero lo pagué con mi salud. Y cada vez que no le hice caso, también. ¿Por qué esperé tantos años por darte el mísero lugar que merecés ocupar en mis recuerdos?
Nunca supe odiar. Uno no nace bueno para esas cosas…se va volviendo odioso, o no. Y yo no supe decir ni basta, ni no.
Alguna vez pensé o dije, ya no recuerdo que Cuando uno entrega un corazón envuelto en un te quiero, está dando dos cosas: La posiblidad de que lo adoren…y la chance de que lo hagan mierda.
Y ella supo cómo clavar una espina, de esas grandes y rebuscadas…dolorosas. Pero hoy, sí, recién hoy, acabo de darme cuenta que quedaban rastros de tu envidia, de tu dolor y de tu desprecio hacia mi, dando vueltas por mis tripas…pero todo lo que entra sale…y todo lo malo vuelve.

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